Sé que me engañas, que me engañas. Que me envenenas de celos y de arrogancia. Sé que no es a él a quién invocas. Y que mi lengua azul te ha disparado infierno.
Sé que estamos solos en esta mañana arrepentida.
Y que no hay retorno a las espinas.
Sabes que te engaño, que en mi cama no reinas tú, que ahora hay otra en el lamento de tu llanto despistado.
Que no estás y que ya no me arrepiento.
Tu soledad, la mía, mi fe, la tuya, que se han quebrado.
Los juramentos vacíos nos acechan sonriendo entre las ramas, las sombras de las ramas en la pared multiplicándose a través del agujero de la persiana. Y la ventana cerrada. Caleidoscopio fantasma. Colores en blanco y negro, tambaleantes sombras.
Retorno sin retorno. Mi cuerpo sin tu cuerpo. Tu almohada sin mi almohada.
Desdibujamos deseos, despintamos las miradas.
Balbuceando deseos olvidados. Olvidando la infiel locura de amarnos eternamente.
Vamos a sentirnos libres. Después no sentiremos nada.
Mas hoy no me sale susurrar a otros labios.
Escuchar otras miradas.
Pero es que aún hoy no se cómo hacerlo.
Pero mañana.
Tal vez mañana.
La prueba al fin, un día u otro será superada.
Y nos despertamos abrazados a abrazos que no hemos dado.
Y volvemos a intentar encontrarnos en las baldosas del baño.
En las puertas entreabiertas.
En los ceniceros olvidados.
Pero ya no nos buscamos.
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