domingo, 30 de septiembre de 2007

Trescientas mil millas de insomnes respuestas no dadas

Trescientas mil miradas soportando un lágrima. Trescientos mil arroyos abasteciendo de nubes la alborada. Trescientos mil cortijos abandonados. Trescientos mil cortejos, quise decir. Quise decir y digo huella sin retorno. Y digo mapa indefinido. Y digo punto de llegada sin partida. Trescientos mil aquelarres entre las sombras del bosque. Trescientas mil sombras y trescientos mil bosquejos, bocetos y bostezos en la madrugada. Quise decir neblina mortecina húmeda neblina calor aplicable al estado del mundo, amor aplicable al estado del tiempo. Y hablando del tiempo, amanece nublado. Amanece radiante el sol en las antenas. Amanece callado el huracanado viento que quiebra las farolas. Amanece implacable el tornado destrozando palmeras. Trescientas mil palmeras arrasadas en las playas de levante. Y sopla el levante enmudecido. Quise decir el recuerdo del levante, aquí en lo hondo de Castilla, allí, trescientas mil nubes batiéndose en un duelo en alta mar. Aquí, pinares y zarzales de salinas, hebras arenosas que embadurnan mis manos. Quise decir que la arena salada entre los dedos construye castillos en el aire. Trescientas mil lecheras envasando pasteurizados quesos de cabras naturales. Quiero decir, ecológicas cabras que pastan a su antojo. Trescientas mil cabras berreando en el monte a la orilla del mar de trescientas mil olas batientes que no cesan. Y trescientas mil batallas en retirada. Trescientas mil palabras nuevas que nunca habré inventado para ti. Quise decir adiós de nuevo y buenos días. Trescientos mil saludos para mi imagen que se recorta en la pantalla del teléfono. Trescientas mil llamadas a cobro revertido. Trescientas mil llamadas que me hago y no te hice. Quise decir que ya he borrado tu número del chip de mi memoria programada. Quiero decir que ya no existes, corazón, que no te quiero, que nunca fuiste ni serás ni eres. Trescientas mil veces te lo repito, nunca te he escrito. Quise decir que no me nombres. Quiero decir, que para ti no existo, corazón que no te quiero, que nunca fuiste ni serás ni eres. Trescientas mil veces te lo repito. Trescientas mil veces repitiendo canciones, canciones que nunca te he escrito, porque en ninguna estación te he encontrado.




tú / yo



Si tengo el cuerpo roto y las esperanzas muertas
Porque me acostumbré a tenerte siempre cerca (…)
Y ahora, si te vas, no conozco mis fronteras
Tú y yo, tú y yo
Fuimos trigo, fuimos tierra
Tú y yo
Fuimos luz en las tinieblas
Tú y yo, tú y yo
Fuimos sol de madrugada
Y ahora, si te vas, ya no seremos nada.
Buscaré tu cuerpo en otro cuerpo extraño
Encontraré otras manos que me acaricien sin engaño
En otros labios nuevos yo sabré encontrar ternura
Palabras que me ayuden a olvidar mis viejas dudas (…)
Pronunciaré tu nombre y ya no me hará daño
Porque sabré olvidarte con el paso de los años
Y tú serás tan sólo una sombra de otro tiempo
Aparte de mi vida, pasajera como el viento
Tú y yo, tú y yo
Fuimos trigo, fuimos tierra
Tú y yo
Fuimos luz en las tinieblas
Tú y yo, tú y yo
Fuimos sol de madrugada
Y ahora, si te vas, ya no seremos nada.

TODOS LOS SEMÁFOROS


I

No se lo pensó.
Siguió el impulso que le hacia correr a buscarle.
Reconstruyó el rompecabezas de calles y rincones.
Recorrió cada esquina, cada portal, todos los semáforos.
Los pasos peatonales subterráneos.
Descubrió las estaciones de metro que tantas veces había mencionado en sus cartas (fueron tantas… las cartas, las postales, las fotografías, las llamadas….y de repente nada) y los autobuses rojos que rechinaban al frenar.
Tocó los muros de piedra de aquel edificio oficial mientras miraba la fotografía. Se fotografió a ella misma allí, en la misma postura. Entró en los bares en los que alguna vez el tomó café o copas excesivas. Pidió bebidas que jamás había probado, se emborrachó y cenó guisos insulsos en tascas para tristes solitarios.
Vio como sus bragas mojadas se congelaban en los tendales del alfeizar del ventanuco de la pensión, que daba al patio de luces inexistentes y comprendió que allí, la ropa era mejor tenderla dentro.
Se arrebujó bajo la manta pensando que un día él también recogió su calor en ella.
Y creyó percibir su presencia.
Pero no estaba.

II

Esa sensación de incertidumbre y vacío. El color amarillo de la tarde espesa de tormenta helada. El punzante dolor de pecho insoportable. La garganta seca. El temblor de manos. El frío. Las lágrimas ardientes. El terror. El pánico. La desesperación. La duda. La nada de nuevo. El vacío otra vez. El latido hueco del corazón aplastado. La casa incesante. Las paredes retumbando de silencio. La lluvia. El diluvio. Los chorros restallando en las paredes húmedas. Los vidrios empañados. El alma estupefacta. El mundo. La garganta seca. El punzante y fijo dolor de pecho insoportable. EL corazón que estalla de repente. Los semáforos de nuevo.

III

Ni rastro halló. Ni pista que no indagara. En ocasiones era sencillamente feliz al saber que pisaba donde sus pasos dejaron huellas de barro. Fueron física y química, biología y matemáticas. Ciencias, exactas. Y ahora si te vas ya no seremos nada…





(10 marzo 2007)

Variaciones sobre un mismo tema



Sólo una pared separaba sus corazones y jamás se habían visto Calles paralelas, ciudad atroz de rostros incompletos. Pero ellos dos nunca se habían visto. Latían sus almas de amor, pasión y el fuego de sus corazones estallaba a raudales en cada esquina. Pero nunca se vieron.
Dormían tan cerca que sus sueños se entrelazaban cada noche dando volteretas por el universo, pero nunca se vieron.
Se buscaban como locos en los días vacíos, en los vagones del metro, se extrañaban y añoraban, pero nunca se vieron.
Cada noche se plantaban frente a frente, pared con pared, buscando canciones, escribiendo poemas y citándose en la Red con extraños que no eran ellos, porque ellos nunca, nunca se habían visto.
Sin embargo su amor mutuo y correspondido, completo y perfecto hubiera sido, si aunque sólo de lejos, tan solo durante un segundo hubieran alcanzado a divisarse. Pero nunca se vieron.





Ella de este lado y el del otro. Una pared medianera que separa el mundo. Escasos centímetros de ladrillo como si fueran abismos insondables. Vidas paralelas, calles trasversales. Camas que casi se tocan. Almas que en sueños se reconocen. Dolor, soledad, espesura frondosidad en el alma y nada. Vidas vacías, calles eternas, paradas infinitas de trenes subterráneos. Ojos que no ven y sin embargo, corazón que siente. Letargo en la mirada, pechos palpitantes y helados, no obstante. Imperfecta realidad asombrosa, juventud que pasa, madurez que llega, infantil deseo voraz de volver al amor que no acontece. Jamás convergieron las avenidas. No pudieron encontrarse.






Paredes colindantes, edificios idénticos, portales, escaleras, ascensores. Grifos que gotean, bañeras humeantes paralelas. Soledad espeluznante, hastío, dolor, mi amor he de salir a encontrarte. Y nada. Jamás viajaron en el mismo vagón, ni subieron al autobús a un tiempo. Jamás se toparon en una esquina, ni tomaron juntos café en ese bar con entrada y salida a las dos calles. Silencio. Costumbre. Días lentos e inhabitables. Y jamás en esta vida se encontraron
.

(10 marzo 2007)

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