Fue un desgraciado accidente. Había olvidado abierto aquel maldito bote de ácido que había estado usando para corroer el latón de las piezas de bisutería que estaba fabricando. Fue un despiste. Lo apoyó sobre el estante más alto, al fondo, por precaución, pensado en taparlo y guardarlo enseguida en su sitio pero se despistó con la llamada de teléfono. Y lo olvidó.
Eso ayer y hoy al ir a sacar un libro sin recordarlo hizo que se volcara el frasco y se derramó el ácido sobre su mano, sobre su cara.
Han pasado ya días, semanas, no sé. Me dicen que quedará desfigurada para siempre.
Ella me ha pedido que no vaya y yo me pregunto si podré seguir amándola de la misma manera cuando la vea. Soy tan cobarde.
He de ir. La echo tanto de menos. Ya tengo el billete. Y una vez allí, lo tengo decidido…
... me arrancaré los ojos.
